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De cómo vivir desde otro punto de vista una situación aparentemente catastrófica
Sofía llegó muy cansada a casa de un viaje repleto de reencuentros, tranquilidad y casamientos. Al día siguiente era un lunes completito: postvacacional y con vuelta a la rutina de la oficina incluída. Sin fuerzas para nada, sacó de su trolley de esas que sirven de equipaje de mano (a Sofi no le gusta perder el tiempo en facturar) un regalo que le había hecho su madre: una flamante falda abullonada amarillo limón, muy de moda este verano y la dejó sobre su canapé estilo Luis XIV para al día siguiente hacer un poner y tirar millas.
Aunque dudó del amarillo, ya que dicen que trae mala suerte y todas estas cosas, Sofía, Reina de la Sabiduría, retó a las supersticiones (recordemos que al dramaturgo Molière, mientras ensayaba su comedia El Enfermo Imaginario, su muerte le sobrevino vestido por entero de amarillo. Sobre el color amarillo debiéramos recordar que era el color de los locos y bufones de la corte y para más INRI, el distintivo o brazalete que hacían llevar a los judíos en las ciudades europeas, ahí es nada) y… Señores, no se puede retar así a la Diosa Fortuna. Veamos lo que pasa cuando cometes dicha osadía.
7:00 am: Suena el despertador, cielo gris como escenario, ¿para un día de Julio? Ya auguraba destellos de luz distintos. Igualmente, Sofía, como es testaruda decide ponerse la falda amarilla combinada con un top de flores. «Always look on the bright side of life», se acordaba de la película de La Vida de Brian: aunque el día aparente ser el peor de nuestra existencia, nosotros siempre lo alegramos. Aún con los ojos semicerrados o semiabiertos ( según con el optimismo que se mire), va a la cocina a hacer un café, tan justo y necesario a esas horas inhumanas.
Una de las amigas de Sofía dice que no pasa nada interesante en el mundo antes de las 10 de la mañana. Y qué razón tenía….Y…si algo empieza torcido, torcido se queda. No hay café en casa. Agggg No hay sensación más horripilante que tener que bajar al bar dormida y sin casi saber por dónde vas sin haber tomado la dosis de cafeína en vena. Aún así, Sofía dice, «qué mona que queda la falda amarilla».
Después de hacer su rutina diaria, eso sí, mirándose por todos los espejos del transporte público y escaparates de las tiendas más chic de la ciudad (la luz matutina no tiene precio), Sofía llega a la conclusión de que su falda es la mejor compra hecha en tiempo. Tiene una luz especial. Y entra tan contenta en la oficina. Sonrisa, paseíllo y acto seguido, café con compañeras para comentar las hazañas del finde.
Ya centrada, se dirige a contestar mails, cancelar un par de reuniones y un poquito de redes sociales para acompañar (ella es multitasking, no dispersa). El cielo sigue como el plom y sopla brisilla cantábrica; la chaqueta, en este día de Julio, es un Must. Parecía que esta calma, presagiaba una hecatombe de las que hacen historia. Nada más lejos de la realidad. Sofía es llamada al despacho del jefe para recibir la buena nueva: la empresa prescinde de sus servicios despues de más de cinco años por reestructuración interna… Shock, lágrimas, y rimmel no waterproof que ya empezaba a teñir aquella falda amarilla tan bonita, transformándola en un marrón manchado e indefinido en la escala cromática.
Varias horas de machacamiento y victimismo fueron suficientes para ver esta falda como la causante de todo el mal. «No debería haberme puesto este color, siempre se dice que trae mala suerte, qué casualidad que me la ponga y me pase esto a mí», se repetía una irreconocible Sofía nublada por las emociones del momento e incapaz de pensar de manera lógica. «Maldita falda, cuando llegue a casa, la romperé!».
Fue llegar a casa, despojarse de la falda y pisarla una y otra vez. De repente recordó que era un regalo de la persona que más quería en el mundo y que pisar la falda porque Sofía le creía culpable de algo del que realmente no era culpable, no era justo. Cuando veía la falda, veía la carita de su mamá diciéndola, «estarás preciosa con ella, este es mi regalo para que te acuerdes de mí».
Sofía, que alguna vez que otra tenía una idea brillante, pensó que…en vez de romper la falda que con tanto amor le regaló su mamá, quedarse sin ella y más ahora que tenía que condurar bien sus ahorros, podría teñirla de otro color y…Ponérsela más a menudo!! Sí señor!! Esa era la solución!!! Y como Sofía era muy alegre decidió que el color de su nueva falda iba a ser…Rosa!! Un lavado con tinte y la falda amarilla que tanta «mala suerte» le había traído se convirtió en una bonita falda rosa, que parecía una flor recién brotada del jardín! Sofía, a la que ya se le había olvidado el incidente, encantada se la puso y vió que además combinaba con mucha de la ropa que tenía. Era para ella!!
Convencida de lo bien que la sentaba, salió a la calle con la cabeza bien alta. Miles de proyectos y triunfos la aguardaban y que no habrían sido posibles con esa falda amarilla, por muy bonita que pareciera al principio.
Lo importante no es el color de las cosas en sí, si no tu convencimiento en ellas y a partir de ahí, el color que tú le quieras dar a las mismas.
Gracias a la inspiración que me dieron todos aquellos que pudieron ver el poder de la falda amarilla, en esa mañana atípica del mes de julio. A partir de ahora, todo está condenado a ir estrepitosamente mejor.
NOTA: Que nadie se tome este post como algo personal, cuento la vida tal y como me pasa, la siento y la percibo. Las cosas tienen un inicio y un final. Y cada uno lo sintetiza y procesa como quiere.
Acompañemos la lectura con la maravillosa canción «La Vie en Rose» de Édith Piaf. Por una vida de color de rosa.